Nota: esta historia la presenté a un concurso y debido a la longitud del texto después del primer capítulo (de 7, uno por cada día de la semana) hay un pie de página para que aquellos interesados puedan leer la historia entera (tenéis que hacer clic donde pone "más información") pero sin sobrecargar la página con una entrada tan larga para lo que suelo escribir. Espero que os guste, es la primera historia original que hago con una estructura, tema y argumento claros.
Jueves
Él tenía razón. Había vivido los
últimos años de mi vida totalmente engañada por aquel miserable y jamás podría
recuperarlos. No era sólo que nuestro matrimonio nunca hubiese funcionado bien,
era que además él… ¿qué era él? Nada ya para mí, no tenía sentido seguir
dándole vueltas, era la hora de coger el tren y pedir el divorcio.
Me subí al vagón y me acomodé en
el primer asiento que vi libre, aquel no era el mejor día para decirme que le
cediese el asiento a una ancianita o a una embarazada, lo siento, pero no. Por
suerte nadie me molesto, ¿suerte? ¿Pero yo tenía de eso? Por no ser
interrumpida me dediqué a contemplar a la gente como hacía antaño, antes de que
mi vida se viese resumida en una constante atención hacia mi marido. La gente
ahora parecía diferente. Suspiré mientras mi vista vagaba de una persona a
otra, en busca de algo que analizar, como hacía antes y esperaba seguir siendo
capaz de hacerlo, no creía que algo que solemos ver tan inocente y agradable
como el amor pudiese destruir una parte de mí, pero debía admitir que en parte
lo había hecho, había perdido mucho y ganado poco con él.
¿Por qué la mente siempre vagaba
a donde yo no quería? Aquello era estresante. Decidí volver a jugar a los
juegos de antaño, a mirar a la gente tratando de ver sus verdades a través de
sus ojos, porque simplemente no quería saber lo que estaba ocurriendo, hacia dónde
me dirigía, quería olvidar y no volver a sentir aquel dolor nunca más. Encontré
mi vista posada en el infinito, o el cabello de una joven que tendría mi edad
cuando conocí a Víctor. La juventud, viva imagen de la felicidad. Eso era lo
que decían todos esos pseudointelectuales, ¿no? Ojalá yo a su edad hubiese
tenido a alguien que en mitad de un viaje de tres horas me advirtiese de todo
lo que podría irme mal si me lanzaba a la piscina como todas las estúpidas
protagonistas de las novelas románticas que tanto gustan hoy día. Algún día
alguien entendería que no es bueno siempre seguir al corazón, no es bueno
cuando tienes a alguien a tu lado que haría lo imposible por ti, por cuidarte
de verdad y no, no hablo de las vagas promesas que hacen que a las niñitas de
hoy día les tiemblen las rodillas leyendo alguna obra, hablo de la gente que
está ahí de verdad, de esos a los que suelen relegar al papel de amigo.
Poco a poco mi mente parecía
volver a tener el control, sí, pensaba en el amor y en que él tenía razón, él
no es mi marido, por cierto, sino mi primer y mejor amigo, Tomás, Tom para mí.
Quizás debía dejar que mi mente se relajase durante el resto del viaje
recordando nuestra infancia antes del terrible día en el que conocí a Víctor y
nos tuvimos que empezar a separar, pero eso… ya lo pensaré otro día, uno en el
que agradezca que tenga amigos tan cabezotas como para nunca separarse del
todo, buenos amigos, sí.
El sonido del tren parando y el
aviso de que habíamos llegado a la capital me despertó de golpe. No me lo podía
creer. Tom siempre había sido como una especie de calmante para mí, era ese
mejor amigo valiente por todos que se atrevía a bajar primero al sótano de la
casa de tus abuelos y dar la luz o el que aguantaba sólo hasta el final de la
primera película de terror que veíais y al día siguiente parecía haber dormido
como si nada, pero jamás pensé que lograría dormirme tan fácilmente por el mero
de hecho de ponerme a pensar en él y estar algo cansada. Ojalá fuese como Tom.
La estación no estaba muy ocupada
a esas horas, eso me gustaba aunque significase que el hecho de pasarme casi
dos horas esperando a ser atendida en el juzgado fuese de esperar, pero al
menos ya tenía los papeles mientras caminaba hacia el bufete que me recomendó
mi tía Maxi al enterarse de todo, ella siempre había sido como una mejor amiga
para mí y se ofreció a pagarme el abogado hasta que terminase todo, sabía que
yo no andaba muy suelta de dinero. Claro, mi marido se lo gastaba todo en sus
hobbies. Que no digo que esté mal dedicar parte de lo que se gana a eso, pero
jamás entenderé cómo puede ser algo respetable coleccionar figuras que jamás
abriría o vendería, sólo por tenerlas ahí, acumuladas.
El abogado era amable, no como
todos esos tíos que de verdad se creen que las mujeres siempre ganan todo en
los divorcios, ojalá entendiesen a qué se debe eso. Bueno, ya tenía los papeles
y al día siguiente probablemente le llegarían a mi marido, quizás hubiese sido
mejor pasar la noche en casa de otra amiga, pero Tom se ofreció a quedarse en
el sofá y estar conmigo cuando la fiera llegase pidiendo explicaciones por
aquello. Quizás debí pedir todo esto mucho antes, cuando Víctor insistió en que
quería que me fuese a vivir a otro lado porque no tenía libertad para sus
figuras, tonta de mí que acepté y le seguía teniendo en casa a todas horas
igualmente.
Cenamos con calma, medio tirados
cada uno en un sofá, era divertido y hacía mucho que no hacía nada así con
nadie. Parecíamos dos adolescentes agotados tras los finales tomando pizza y
viendo una comedia americana. ¿Acaso así se sentía vivir de verdad?
Me daba pena dejar a Tom en el
sofá, pero no pensaba necesitar una habitación extra para vivir sola, o con mi
marido que era lo mismo emocionalmente, y él no quería compartir la cama
conmigo, cosa amable por su parte. Me fui a la habitación y me dejé caer en la
cama agotada.