Ella, sólo podía pensar en ella,
pero ¿cómo no hacerlo cuando ella era todo desde aquella primera vez? Aquella
vez… Quizás estaban en bandos opuestos en teoría, pero su corazón era puro y
bondadoso cual ángel, aquella mujer alemana de la que casi no sabía ni el
nombre, sólo una letra H, era su Diosa, por eso solía pensar en ella como en
Hela, la Diosa del inframundo hija de Loki, mas con la gran diferencia de que
ella no traía la muerte, sino la vida.
En mitad de una guerra sin
sentido en la que él luchaba por la razón, por su creencia de que ningún hombre
debía poner al resto de rodillas y menos asesinar a otros por ser diferentes,
el destino había querido dotarle de la mayor fuerza para luchar por su vida y
por sus ideas, de una mujer muy diferente a la mayoría. Ella no se preocupaba
de su imagen, aunque para él siempre sería la más hermosa y cierto era que no necesitaba
adornarse para estar a la altura de de las verdaderas Diosas. Aunque él estaba
muy apartado de esa época su amor podía ser comparado con el de antiguo
Renacimiento, aquel que estaba más allá de lo terrenal, porque ella… ¡Oh, ella
que poseía más virtudes en uno de sus cabellos que el resto de los seres ante
la vista de ese agraciado soldado! Ella era la bondad dotada de una ojos que
parecían traspasar más allá de la vista y revelar la verdad, que sus cabellos
podían iluminar la noche más oscura, ella que desobedecía a cualquiera por
salvar la vida de otro niño… Porque sí, en medio de la Alemania nazi aquella
joven que hubiese tenido tan simple seguir viviendo como respirar había
decidido salvar a cuántos niños pudiese hasta que su hora llegase.
Ahora esa hora parecía estar
cerca y había decidido huir junto a él, muy lejos, a Noruega, donde pudiesen
tener una bonita casa en la montaña y vivir de la artesanía o de dar clases.
Todo aquello pasaba por su mente
mientras la esperaba frente a un mar embravecido, el mismo que los separaba de
su libertad y empezaba a dudar seriamente de que hasta el mejor barco de la
Marina Británica pudiese cruzarlo, mas toda duda despareció al verla, aquel barco
tendría que llevarlos y el tenía claro que haría lo imposible por ello. La
joven se acercó y pronto estuvieron en el barco, un barco que nunca llegaría a
su destino…
Y así pensaba en ella mientras se
helaba, aún la retenía entre su brazos pese a que ella ya no estaba, lloraba
amargamente y se dejaba arrastrar al fondo otra vez, ya no luchaba, no necesitaba
la libertad tras haber escuchado de los labios de ella antes de morir la mayor sentencia
de libertad que una persona es capaz de expresar “te quiero”.
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