Ahí, justo ahí... La vigilaban con ojos atentos, cerebros estúpidos, vulgares perros de caza que la miraban, atendían a cada gesto y ella lo sabía. Odiaba que la vigilasen, los odiaba por ello pese a entender sus razones, pero aquello... simplemente no era justo y aunque sabía que la vida no lo era la daba igual porque ahora sólo tenía sed de sangre.
Mucho tiempo pasó sin desatar su ira, hasta que un día apareció él... ¿caballero? ¿Villano? ¿Loco? Daba igual, iba a ser divertido perseguirle sabiendo lo que quería, tanto tiempo guardando su odio y ahora una presa tan fácil parecía un designio divino o más bien infernal puesto que el lado de los ángeles nunca fue para ella. Se sentó con su paciencia innata para la caza, nula para la gente y así permaneció horas, días e incluso meses, hasta que se cansó y con unas leves palabras, pero cargadas de poder le nombró lo que era y desapareció...
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