“Corre, sigue corriendo” apenas lograba pensar aquellas palabras,
escuchaba sus pulmones, las ramas que se partían bajo sus pies a cada paso y
aquellos del que la seguía, cada vez sonaban más cerca y esa voz, que gritaba
que no haría nada, que dejase de correr, pero ella no escuchaba, no le creía,
no podía ser alguien bueno, no después de lo que había visto. Tropezó con una
raíz, maldecía su suerte mientras seguía intentando avanzar a la vez que se
levantaba, llevaba horas así, ¿o había sido minutos? Ya ni siquiera lo
recordaba, sólo podía pensar en correr, en encontrar una granja, alguien que la
salvase de aquel monstruo.
A lo lejos vio lo que parecía una casa abandonada, no era mucho, pero
ya no escuchaba su voz y si se escondía quizás le diese esquinazo. Se metió en
la casa, se ocultó en un rincón y trató de calmarse, abrazaba sus rodillas y
pensaba en las cosas que la gustaban, todo lo anterior a aquel infierno.
Entonces, sin poder hacer nada por evitarlo él apareció, puso su mano sobre la
boca de ella para que no gritase y empezó a susurrarla que no quería hacerla
daño, sólo cuidar de ella, aquellas palabras no eran más que mentiras, luchaba
por zafarse de él, pero finalmente desistió, quizás si se comportaba podría
escapar. Así pasaron algunas horas, la casa por suerte tenía luz y pudieron
cenar algo caliente, finalmente se fueron a dormir, ya volverían al día
siguiente.
Eso era lo que pensaba el joven, en mitad de la noche empezó a escuchar
unos pasos “bah, tendrá sed” trató de seguir durmiendo, pero sonaba cada vez
más cerca, se dio la vuelta, mas sólo alcanzó a ver un relámpago y el cuchillo
que rasgó su garganta junto a una sádica sonrisa para nada normal en la boca de
la niña.
– Tenías razón, era malo – dijo
la niña mirando a algún punto en la pared y se fue cantando.
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