viernes, 14 de noviembre de 2014

Musa

Nota: esta historia la presenté a un concurso y debido a la longitud del texto después del primer capítulo (de 7, uno por cada día de la semana) hay un pie de página para que aquellos interesados puedan leer la historia entera (tenéis que hacer clic donde pone "más información") pero sin sobrecargar la página con una entrada tan larga para lo que suelo escribir. Espero que os guste, es la primera historia original que hago con una estructura, tema y argumento claros.

Jueves

Él tenía razón. Había vivido los últimos años de mi vida totalmente engañada por aquel miserable y jamás podría recuperarlos. No era sólo que nuestro matrimonio nunca hubiese funcionado bien, era que además él… ¿qué era él? Nada ya para mí, no tenía sentido seguir dándole vueltas, era la hora de coger el tren y pedir el divorcio.

Me subí al vagón y me acomodé en el primer asiento que vi libre, aquel no era el mejor día para decirme que le cediese el asiento a una ancianita o a una embarazada, lo siento, pero no. Por suerte nadie me molesto, ¿suerte? ¿Pero yo tenía de eso? Por no ser interrumpida me dediqué a contemplar a la gente como hacía antaño, antes de que mi vida se viese resumida en una constante atención hacia mi marido. La gente ahora parecía diferente. Suspiré mientras mi vista vagaba de una persona a otra, en busca de algo que analizar, como hacía antes y esperaba seguir siendo capaz de hacerlo, no creía que algo que solemos ver tan inocente y agradable como el amor pudiese destruir una parte de mí, pero debía admitir que en parte lo había hecho, había perdido mucho y ganado poco con él.

¿Por qué la mente siempre vagaba a donde yo no quería? Aquello era estresante. Decidí volver a jugar a los juegos de antaño, a mirar a la gente tratando de ver sus verdades a través de sus ojos, porque simplemente no quería saber lo que estaba ocurriendo, hacia dónde me dirigía, quería olvidar y no volver a sentir aquel dolor nunca más. Encontré mi vista posada en el infinito, o el cabello de una joven que tendría mi edad cuando conocí a Víctor. La juventud, viva imagen de la felicidad. Eso era lo que decían todos esos pseudointelectuales, ¿no? Ojalá yo a su edad hubiese tenido a alguien que en mitad de un viaje de tres horas me advirtiese de todo lo que podría irme mal si me lanzaba a la piscina como todas las estúpidas protagonistas de las novelas románticas que tanto gustan hoy día. Algún día alguien entendería que no es bueno siempre seguir al corazón, no es bueno cuando tienes a alguien a tu lado que haría lo imposible por ti, por cuidarte de verdad y no, no hablo de las vagas promesas que hacen que a las niñitas de hoy día les tiemblen las rodillas leyendo alguna obra, hablo de la gente que está ahí de verdad, de esos a los que suelen relegar al papel de amigo.

Poco a poco mi mente parecía volver a tener el control, sí, pensaba en el amor y en que él tenía razón, él no es mi marido, por cierto, sino mi primer y mejor amigo, Tomás, Tom para mí. Quizás debía dejar que mi mente se relajase durante el resto del viaje recordando nuestra infancia antes del terrible día en el que conocí a Víctor y nos tuvimos que empezar a separar, pero eso… ya lo pensaré otro día, uno en el que agradezca que tenga amigos tan cabezotas como para nunca separarse del todo, buenos amigos, sí.

El sonido del tren parando y el aviso de que habíamos llegado a la capital me despertó de golpe. No me lo podía creer. Tom siempre había sido como una especie de calmante para mí, era ese mejor amigo valiente por todos que se atrevía a bajar primero al sótano de la casa de tus abuelos y dar la luz o el que aguantaba sólo hasta el final de la primera película de terror que veíais y al día siguiente parecía haber dormido como si nada, pero jamás pensé que lograría dormirme tan fácilmente por el mero de hecho de ponerme a pensar en él y estar algo cansada. Ojalá fuese como Tom.

La estación no estaba muy ocupada a esas horas, eso me gustaba aunque significase que el hecho de pasarme casi dos horas esperando a ser atendida en el juzgado fuese de esperar, pero al menos ya tenía los papeles mientras caminaba hacia el bufete que me recomendó mi tía Maxi al enterarse de todo, ella siempre había sido como una mejor amiga para mí y se ofreció a pagarme el abogado hasta que terminase todo, sabía que yo no andaba muy suelta de dinero. Claro, mi marido se lo gastaba todo en sus hobbies. Que no digo que esté mal dedicar parte de lo que se gana a eso, pero jamás entenderé cómo puede ser algo respetable coleccionar figuras que jamás abriría o vendería, sólo por tenerlas ahí, acumuladas.

El abogado era amable, no como todos esos tíos que de verdad se creen que las mujeres siempre ganan todo en los divorcios, ojalá entendiesen a qué se debe eso. Bueno, ya tenía los papeles y al día siguiente probablemente le llegarían a mi marido, quizás hubiese sido mejor pasar la noche en casa de otra amiga, pero Tom se ofreció a quedarse en el sofá y estar conmigo cuando la fiera llegase pidiendo explicaciones por aquello. Quizás debí pedir todo esto mucho antes, cuando Víctor insistió en que quería que me fuese a vivir a otro lado porque no tenía libertad para sus figuras, tonta de mí que acepté y le seguía teniendo en casa a todas horas igualmente.

Cenamos con calma, medio tirados cada uno en un sofá, era divertido y hacía mucho que no hacía nada así con nadie. Parecíamos dos adolescentes agotados tras los finales tomando pizza y viendo una comedia americana. ¿Acaso así se sentía vivir de verdad?
Me daba pena dejar a Tom en el sofá, pero no pensaba necesitar una habitación extra para vivir sola, o con mi marido que era lo mismo emocionalmente, y él no quería compartir la cama conmigo, cosa amable por su parte. Me fui a la habitación y me dejé caer en la cama agotada.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Vigilancia, persecución y ¿destino?

Para cuando volví a mirar el calendario una semana había volado. Ahora que el tiempo volvía a correr de nuevo parecía que estaba decidido a recuperar lo que era suyo, mi vida y la de todos, eso eran los granos de arena que caían y a veces deseaba pararlos. Aquel no era ese día. Aquel día era hoy, cuando vi que había muerto un poco más y ni siquiera había pensado en esos momentos, la eternidad del segundo, del día, ya no me mataba y aún así tantas veces me sentía muerta. La pregunta surgió pronto, ¿cómo había llegado a ese punto? Quizás aquel era el día para volver la vista al pasado, muy atrás, meses atrás, hasta entender todo y que las voces se callasen.

El pasado había dejado de ser inmutable en aquel momento, normal, ¿cómo ver las cosas igual cuando sabías que lo que había ocurrido no era todo como entonces creías? ¿Y si todo el tiempo no valió de nada y estabas en el mismo punto? Porque el pasado que pareció tan vacío y silencioso estaba lleno de ojos que ahora reconocía, ¿los agradecía o los odiaba? Ni yo lo sabía. Entonces habían parecido tan agradables, como un regalo maravilloso y anónimo con una bonita tarjeta, un pequeño reto, algo que distrajese. Ahora miraba esa tarjeta y pensaba profundamente si no iba a ser eso la constante que definiese mi línea. Algo que me distraiga sin saber de qué. No pensaba aceptar eso, porque no quería, porque eso decía que todo acabaría en el segundo que me aburriese y eso pasaban con tanta constancia como los ciclos lunares. Voluble, caprichosa, adjetivos que me parecían más degradantes que ser clasificada por una nota o una apariencia. No pensaba llevar esa etiqueta colgada del cuello, no porque me hubiesen perseguido.

Era la deducción lógica -y la que me llevaba otro paso más atrás, a ese pasado del que había huido, el que quería haber olvidado- que tras la vigilancia viniese la persecución  y como inocente cría que se cree a salvo y con enemigos demasiado resentidos para volver en su busca ni me molesté en ocultarme. Al contrario. ¿Me hice más visible sólo para compensar algo? Absurdo, otra etiqueta que no pensaba llevar. Sólo la libertad me movió a aquello y así quedaría registrado pues me negaba a dar por cierto nada más. Dejando caminos relacionados pero no principales la persecución volvía a reclamar su atención. En otro tiempo, en otro caso, con otro perseguidor hubiese resultado agradable, justo, necesario, maravilloso, pero ante todo imposible. Cualquier otro hubiese tenido más decencia, respeto y menos locura. Crueles ironías una vez más.

¿Se podría considerar a eso engañar al destino? Ojalá y este tomase su parte de venganza en algunos casos, en los que fingiendo ser él o engañándolo hay quienes se creen con la virtud de poder usarlo para su fin sin que otros se cuestionen una vez más ¿será esto casualidad? Y la respuesta queda clara pronto, resonando cada vez con más fuerza, que podría serlo y no seré yo quien diga que no, sino la experiencia quien diga que la casualidad dejó de existir hace mucho para algunas personas. Admirada y odiada habilidad que nadie debería tener, la de ser el destino, la de hacer que el tiempo vuelve a matar o a matarme mejor dicho. Queriendo dar la vida y llevándose la muerte en su egoísmo, ¿cómo escapar a quien controla el tiempo? ¿No será menos mortal dejar que este te mate y no la parálisis del mismo cuando pasado un tiempo todo su peso cae sobre uno?

Demasiadas preguntas en un espacio tan corto, de nuevo causadas por una aceleración inexplicablemente explicada en medio de universos sin fronteras y a la vez tan definidos que es imposible decir su definición. El caos, última consecuencia de un tiempo controlado sin control. El tiempo me matará, pero no lo hará tan rápido como desea correr, si fue hecho intencionado no importa su intención mientras no llegue a su fin, ¿se detendrá así el tiempo? ¿Tendremos que destruir lo que el "destino" teje para sobrevivir?