viernes, 14 de noviembre de 2014

Musa

Nota: esta historia la presenté a un concurso y debido a la longitud del texto después del primer capítulo (de 7, uno por cada día de la semana) hay un pie de página para que aquellos interesados puedan leer la historia entera (tenéis que hacer clic donde pone "más información") pero sin sobrecargar la página con una entrada tan larga para lo que suelo escribir. Espero que os guste, es la primera historia original que hago con una estructura, tema y argumento claros.

Jueves

Él tenía razón. Había vivido los últimos años de mi vida totalmente engañada por aquel miserable y jamás podría recuperarlos. No era sólo que nuestro matrimonio nunca hubiese funcionado bien, era que además él… ¿qué era él? Nada ya para mí, no tenía sentido seguir dándole vueltas, era la hora de coger el tren y pedir el divorcio.

Me subí al vagón y me acomodé en el primer asiento que vi libre, aquel no era el mejor día para decirme que le cediese el asiento a una ancianita o a una embarazada, lo siento, pero no. Por suerte nadie me molesto, ¿suerte? ¿Pero yo tenía de eso? Por no ser interrumpida me dediqué a contemplar a la gente como hacía antaño, antes de que mi vida se viese resumida en una constante atención hacia mi marido. La gente ahora parecía diferente. Suspiré mientras mi vista vagaba de una persona a otra, en busca de algo que analizar, como hacía antes y esperaba seguir siendo capaz de hacerlo, no creía que algo que solemos ver tan inocente y agradable como el amor pudiese destruir una parte de mí, pero debía admitir que en parte lo había hecho, había perdido mucho y ganado poco con él.

¿Por qué la mente siempre vagaba a donde yo no quería? Aquello era estresante. Decidí volver a jugar a los juegos de antaño, a mirar a la gente tratando de ver sus verdades a través de sus ojos, porque simplemente no quería saber lo que estaba ocurriendo, hacia dónde me dirigía, quería olvidar y no volver a sentir aquel dolor nunca más. Encontré mi vista posada en el infinito, o el cabello de una joven que tendría mi edad cuando conocí a Víctor. La juventud, viva imagen de la felicidad. Eso era lo que decían todos esos pseudointelectuales, ¿no? Ojalá yo a su edad hubiese tenido a alguien que en mitad de un viaje de tres horas me advirtiese de todo lo que podría irme mal si me lanzaba a la piscina como todas las estúpidas protagonistas de las novelas románticas que tanto gustan hoy día. Algún día alguien entendería que no es bueno siempre seguir al corazón, no es bueno cuando tienes a alguien a tu lado que haría lo imposible por ti, por cuidarte de verdad y no, no hablo de las vagas promesas que hacen que a las niñitas de hoy día les tiemblen las rodillas leyendo alguna obra, hablo de la gente que está ahí de verdad, de esos a los que suelen relegar al papel de amigo.

Poco a poco mi mente parecía volver a tener el control, sí, pensaba en el amor y en que él tenía razón, él no es mi marido, por cierto, sino mi primer y mejor amigo, Tomás, Tom para mí. Quizás debía dejar que mi mente se relajase durante el resto del viaje recordando nuestra infancia antes del terrible día en el que conocí a Víctor y nos tuvimos que empezar a separar, pero eso… ya lo pensaré otro día, uno en el que agradezca que tenga amigos tan cabezotas como para nunca separarse del todo, buenos amigos, sí.

El sonido del tren parando y el aviso de que habíamos llegado a la capital me despertó de golpe. No me lo podía creer. Tom siempre había sido como una especie de calmante para mí, era ese mejor amigo valiente por todos que se atrevía a bajar primero al sótano de la casa de tus abuelos y dar la luz o el que aguantaba sólo hasta el final de la primera película de terror que veíais y al día siguiente parecía haber dormido como si nada, pero jamás pensé que lograría dormirme tan fácilmente por el mero de hecho de ponerme a pensar en él y estar algo cansada. Ojalá fuese como Tom.

La estación no estaba muy ocupada a esas horas, eso me gustaba aunque significase que el hecho de pasarme casi dos horas esperando a ser atendida en el juzgado fuese de esperar, pero al menos ya tenía los papeles mientras caminaba hacia el bufete que me recomendó mi tía Maxi al enterarse de todo, ella siempre había sido como una mejor amiga para mí y se ofreció a pagarme el abogado hasta que terminase todo, sabía que yo no andaba muy suelta de dinero. Claro, mi marido se lo gastaba todo en sus hobbies. Que no digo que esté mal dedicar parte de lo que se gana a eso, pero jamás entenderé cómo puede ser algo respetable coleccionar figuras que jamás abriría o vendería, sólo por tenerlas ahí, acumuladas.

El abogado era amable, no como todos esos tíos que de verdad se creen que las mujeres siempre ganan todo en los divorcios, ojalá entendiesen a qué se debe eso. Bueno, ya tenía los papeles y al día siguiente probablemente le llegarían a mi marido, quizás hubiese sido mejor pasar la noche en casa de otra amiga, pero Tom se ofreció a quedarse en el sofá y estar conmigo cuando la fiera llegase pidiendo explicaciones por aquello. Quizás debí pedir todo esto mucho antes, cuando Víctor insistió en que quería que me fuese a vivir a otro lado porque no tenía libertad para sus figuras, tonta de mí que acepté y le seguía teniendo en casa a todas horas igualmente.

Cenamos con calma, medio tirados cada uno en un sofá, era divertido y hacía mucho que no hacía nada así con nadie. Parecíamos dos adolescentes agotados tras los finales tomando pizza y viendo una comedia americana. ¿Acaso así se sentía vivir de verdad?
Me daba pena dejar a Tom en el sofá, pero no pensaba necesitar una habitación extra para vivir sola, o con mi marido que era lo mismo emocionalmente, y él no quería compartir la cama conmigo, cosa amable por su parte. Me fui a la habitación y me dejé caer en la cama agotada.



Viernes

Jamás pensé que había una forma peor de levantarse que cuando el vecino estaba de obra, pero la hay.

—Silvia ¡Silvia!— El pobre Tom no pudo aguantar la presión y entró en la habitación de forma atropellada, se le veía asustado, normal. Cuando empecé a desperezarme hasta yo oía los golpes en la puerta. Y los gritos. Jamás odiaré algo tanto como odiaba los gritos de mi marido. —Bueno, es obvio, pero… tu marido está en la puerta y no muy tranquilo. ¿Le dijiste que tomase All-Bran como te dije?— El dulce Tom siempre tratando de que sonriese aunque se escuchase a mi marido llamarme puta desde la puerta. Sí, ojalá fuese Tom, como Tom, digo.

Me levanté bostezando y me fui a arreglar sin prisa, algo sorprendente en alguien que hasta hace una semana, antes de irse de vacaciones, se había desvivido por su marido. Incluso Tom parecía asombrado o quizás estaba nervioso porque la puerta no aguantase los golpes de Víctor, pero a mí me daba igual. Hacía mucho que ya no temía a mi marido, bueno, mucho… el tiempo era demasiado relativo, en verdad no le temía desde ayer, pero ya era algo más que hace dos días, que el resto de mi vida desde que le conocí y sólo temía desperdiciar de igual forma el resto de ms días.

Me centré en la frecuencia de los golpes, aquello iba a ser divertido. De vez en cuando había uno más fuerte que los demás, lo esperaba con ganas para abrir la puerta en ese instante y verlo precipitarse hacia el suelo que era lo más divertido que vería aquel día probablemente.

—Hay que ver, Víctor, siempre con tus impaciencias, si te he dicho que ya iba, pero claro, no me oías con tus gritos, ¿verdad?— Dicho esto pasé a su lado de una gran zancada y fui hacia el pequeño salón seguida de Tom que cada vez se creía menos lo que veía. —Oh, y cierra la puerta, no me hagas tener que levantarme ahora que estoy sentada, cariño— ¿Se daría cuenta de que le estaba imitando? Bueno, no importaba. Me senté a esperar a mi marido, quien efectivamente, había cerrado la puerta.

—A ver, ¿qué gilipollez es esa de pedir el divorcio, Silvia?

—A ver, ¿qué gilipollez es esa de venir gritando, dando golpes y que tú mujer se busque otro piso porque no entran tus juguetitos?

—Piezas de coleccionista— Empezó a defenderse de forma insulsa, pero no le iba a dar tiempo para aquella charla que ya me sabía de memoria.

—Lo que sea. Mira Víctor, estoy cansada de escuchar tu palabrería, tus sinsentidos, tus ñoñerías, todo. El lunes te veré en los juzgados. No será difícil conseguir un hueco, mi prima Irene trabaja allí y ya lo ha dejado medio arreglado para no tener que esperar, tú verás— le había sentenciado, y lo sabía, pero no me sentía mal por ello.

Le vi arrodillarse y ya supe lo que iba a pasar en aquel momento, lo había visto demasiadas veces como para no saberlo. Iba a suplicar. Pero suplicar de la forma más rastrera posible, a suplicar con falsas promesas.
—Silvia, por favor, tú sabes que eres única para mí y yo sé todas las gilipolleces que puedo llegar a decir, hacer, pensar… pero siempre creí que tú me perdonarías, porque eres maravillosa, cariño mío. No hay una mujer ni más inteligente, ni más bella que tú, eres la mejor en cualquier sentido o forma posible, hasta un estúpido como yo lo ve. Perdóname por todas esas tonterías, te prometo que será la última vez, de verdad—

—Déjame recordar, ¿no fue eso mismo lo que dijiste la vez anterior, y la anterior a esa y aún la que ocurrió antes, y la de Febrero y Navidad, y así toda vida?— Suspiré sentada en el sofá, pero menos orgullosa que antes, ahora me dejaba caer sobre el sofá como si fuese un cojín más. —No hay una última oportunidad, Víctor. Firma y el lunes nos veremos.

—Maldita hija de… ¿¡Eso es lo que quieres!? Pues el lunes no veremos, ya verás qué divertido va a ser, no vas a encontrar a nadie que te haga más feliz que yo, jamás… Morirás sola.

Ni me levanté del sitio, sabía que tras eso se iría como el cobarde que es, pero por suerte había firmado el dichoso papel y sólo quedaba ir al juzgado para aclarar lo que le correspondía a cada uno. La puerta se cerró. Tom debió intuir lo que venía ahora porque antes de que yo me derrumbase él ya estaba allí, abrazándome justo en el momento en el que empecé a llorar. No sabía si de alegría, por la presión, del miedo o la tristeza, pero de jóvenes aprendí de mi mejor amigo, ese que ahora me sostenía contra su cuerpo como si yo fuese la pieza más frágil y valiosa del mundo, que a veces, muchas veces, llorar es bueno.

Calmarme fue un proceso lento, pero no diría que duro. Antes de comer ya estaba totalmente bien y Tom solía había necesitado un par de libros, una buena obra de teatro y un CD para lograrlo. Maldito genio de artista. Antes de que Tom hiciese bellas artes ya hablaba del ello con la profesionalidad de un experto, pero era sorprendente lo bien que hacía su trabajo, que no era sino el ser capaz de crear emociones en los demás. Podía asustar al hombre más valiente y calmar a la persona más alterada si se lo proponía, por eso no me sorprendió que supiese exactamente lo que necesitaba para parar toda aquella locura, lo mejor era que se veía como disfrutaba leyendo aquellos fragmentos en voz alta, viendo un breve acto de una obra o toda una película. Comimos fuera y no sospeché que era sólo una forma de sacarme de casa con una clara idea, alejarme de donde mi marido pudiese encontrarme.

—Estás loco, Tom, Víctor no va a volver, lo sabes, es un miserable que ahora se estará emborrachando.

—Precisamente por si tras beber el parece buena idea hacerte una visita, Silvia, esta mañana nos hemos salvado por poco y bien lo sabes. Irene vive en el mismo bloque que yo y ya ha llevado todo lo importante a mi casa. Allí estarás bien esos días, hay más espacio y Víctor no tiene la menor idea de dónde vivo así que podremos dormir sin despertarnos con un loco a la puerta.

Tom tenía razón, como siempre. Además no podría quedarme a vivir allí ni después del divorcio, sé que Víctor no me haría nada, pero no tenía ganas de sufrir sus tonterías y supuestas chiquilladas que me acabarían sacando de mis casillas al poco.

—Está bien, me quedaré el fin de semana contigo, pero no será mi culpa si luego me odias por pesada o algo así— bromeé antes de que nos fuésemos hacia su casa.

Era mucho mejor que mi piso, claramente. Las casas decoradas por artistas siempre me habían parecido maravillosas, como si tuviesen algo de mágico detrás de cada cojín, cada cuadro, hasta cada mota de polvo parecía estar ahí por algo. Estaba bastante lejos de la mi casa o de mi trabajo, por suerte tras aquella reunión ya estaba de vacaciones y nadie del trabajo tendría que por qué enterarse, eran demasiado cotillas y eso no me gustaba lo más mínimo, al revés, me ponía enferma y mi jefe lo sabía, quizás por eso era su preferida, por eso yo iba a todos los viajes y por eso había subido tanto, pero también porque yo no era la secretaria florero estándar, no. Yo nunca fallaba. Mi jefe jamás había llegado tarde, pese a los problemas posible del viaje o había tenido un error que dependiese de mí, y estaba orgullosa de ello. Y con ese orgullo y una leve cena me acabé durmiendo aunque un tanto intranquila por lo que pasaría tras aquel fin de semana.



Sábado

La vida no es como las películas. Aparentemente es algo que todos deberíamos saber pero que parecemos querer ignorar por algún motivo, sobretodo de jóvenes, pero supongo que eso ahora no es mi mayor problema. Miré hacia el techo, ¿qué me había llevado a pensar en aquello? No, no estaba pensando en Víctor, ¿entonces? Espera… ¿eso que olía tan deliciosamente bien eran crepes? No, no cualquier tipo de crepes. Casi salté de la cama de la emoción. Olía como en París, a crepes de algo y flambeadas. La boca se me hizo agua y casi me derretí de sólo pensar que no fuese un sueño, pero no lo era, era mucho mejor. Aparecí por la cocina casi corriendo y en pijama, la cara de Tom al verme dejaba claro lo que parecía, una niña pequeña, ¿pero a quién diantres le importaba eso? ¡Había crepes!

—No sabía que supieses cocinar crepes, bueno, ni que supieses cocinar— bromeaba de buen humor mientras me sentaba en estrecha mesa de la cocina, las típicas donde desayunan los americanos, pero desde ahí podía ver a Tom perfectamente.

—Bueno, he aprendido muchas cosas desde la última vez que nos vimos, no eres la única que ha estado en París, aunque quizás no de forma tan glamurosa, pero bueno siempre está bien hablar con otros artistas y no sabía la cantidad de cosas que se pueden hacer con la comida.

—Algún día me tienes que enseñar.

—Será un placer hacerlo, ya lo sabes.

Aquel fue el mejor desayuno que había tomado en… bueno, que había tomado, y mi rostro de felicidad no hacía nada por querer ocultarlo. Tras aquel maravilloso comienzo y ayudar a limpiar los platos como buena amiga la verdad es que no hicimos nada, literalmente nada. Nos tumbamos en el suelo y dejamos el tiempo pasar, era un ejercicio que había visto hacer a Tom más de una vez, aunque manejaba la tecnología tan bien como cualquier otra persona y también le gustaba ir al campo, perderse y encontrarse como solía decir él, desconectar tenía un significado más profundo. Desconectar era desconectar. Miraba el impoluto techo blanco, cruzaba las piernas y ponía los brazos tras la cabeza, así podía pasar horas. Acompañarlo me pareció una idea maravillosa, aunque yo no pudiese dejar la mente totalmente en blanco como él era algo interesante. Ojalá fuese como Tom.

La comida fue tranquila en su casa, pero pese a mi deseo de pasar el resto de la tarde allí mismo Tom insistió en que ya había perdido mucho tiempo en casa, atada siempre a las necesidades y peticiones de mi marido. Prácticamente me obligó a arreglarme como nunca antes excepto en ocasiones muy puntuales. Esto no quiere decir que me tuviese que maquillar ni nada de eso, Tom no era de esos, como artista apreciaba la belleza natural de la gente, sin pintura por encima que ocultase sus verdaderas facciones y proporción aunque esta no fuese aurea.

Su concepto de arte era totalmente puro, quizás demasiado puro a veces. Y pensar eso me hizo recordar una obra que vimos de jóvenes, me gustaría volver a verla con él, pero no era el mejor momento para pensar en las cosas del futuro, me tenía que arreglar y rápido, Tom odiaba correr.
Así me puse unos pantalones que siempre me habían gustado, hacía que mi figura, que para ser del montón no estaba mal, pareciese algo más delgada y alta, bueno, así me gustaba verme a mí misma. Una blusa blanca y ligera con un bolso negro como los pantalones y los zapatos cerraba aquel conjunto tan simple pero formal. Me sorprendí al ver que Tom vestía prácticamente igual pero de forma más masculina.

—Dime, ¿a dónde vamos que sea necesaria tan pulcritud a la hora de vestir?

—La verdad es que no lo sé, sólo tengo un par de ideas, pero la última palabra es tuya, yo había pensando en pasar la tarde en algún museo acompañados de un fantástico guía privado, es decir yo, y después ir al cine, pero es una sugerencia, la última palabra es tuya.

Aquello me gustó, me gustó más de lo que me había atrevido a pensar, ¿viviría Tom así siempre? Parecía que podía hacer lo que desease sin el menor problema, libre como un pájaro. De nuevo, ojalá fuese como Tom.

—Me parece un buen plan, pero entre el museo y el cine quiero que me lleves a uno de esos pequeños cafés donde hay tantos artistas y a veces hay música, otras poesía, lo que sea, quiero… volver a sentir esa esfera de creación que había siempre contigo cuando estudiabas y te visitaba, ¿recuerdas?

Parecía claro que Tom lo recordaba, sólo era necesario ver cómo sonreía, aunque a la vez parecía estarme ocultando algo, pero no algo malo, simplemente que hubo algo más en esas tardes que yo me perdí.

—Será un placer para mí, pero quiero pedirte un pequeño favor a cambio.

—Pequeño o grande, di lo que sea, sabes que voy a aceptar, Tommy— me reí un poco, hacía mucho que no le llamaba así, ¿dónde empezó aquel nombre? ¿En algún viaje del instituto o algunas vacaciones en Irlanda? Me gustaba llamarlo así cuando estaba de buen humor, era cariñoso.

—Tengo una exposición en unos días y me han ofrecido poder poner uno de mis trabajos, supongo que son ventajas de ser el mejor guía del museo— bromeó un poco, sonaba egocéntrico y si no le conocías podías llegar a creer que lo era, pero no había nadie menos egocéntrico que Tom. —Ya sabes que no me gusta trabajar con modelos y sé que odias las cámaras y cualquier tipo de retrato, pero ¿aceptarías por una vez? Además no sólo quiero que posees, si quieres dibujar algo podemos incluirlo, me permiten colgar un único lienzo, pero pienso poner más de una obra.

—Estás loco, y yo debo estarlo aún más para aceptar todo, completamente todo— fue inútil tratar de ocultar el entusiasmo que me suponía aquello, era cierto que no me gustaban las cámaras, pero eso era antes, mucho antes. Había pasado todos los años de mi matrimonio viviendo por y para alguien hasta el punto que sólo quería estar con él, que él me viese, pero ahora quería ser vista, quería probar todo, quería vivir. —Mañana mismo podemos empezar si quieres.

Un simple asentimiento fue suficiente para saber que  la idea le había encantado, Tom a veces usaba muchas palabras o no usaba ninguna, pero era un artista, sabía hacer llegar el mensaje. Dicho eso salimos de casa dispuestos a dejarnos llevar por el arte. El museo era bonito, a Tom le gustaba aunque decía que eran demasiado estirados y por eso no quería trabajar allí, no tenía la libertad que en su museo. Allí sí entendían el arte moderno, contemporáneo, todo el arte en sí y Tom estaba orgulloso de forma parte de aquella familia, pero ese museo lo conocíamos ambos demasiado bien, de ahí la decisión de ir a uno desconocido, bueno, casi.

Pronto entendí por qué eran unos estirados, ¡casi nos echan porque Tom me iba explicando algunas obras! Vaya una panda de secos los de allí, pero claro, a nadie le gusta que le digan lo que hace mal y menos si es alguien que todos saben que rechazó trabajar allí, sin importar el elevado sueldo y siendo el mejor de la ciudad probablemente, era una deshonra para un museo que se las daba del mejor pero que en verdad no entendía nada y Tom lo sabía. Igualmente fue una buena idea. Salimos casi corriendo y el plan del café y después la película fue ideal para que nos volviésemos a dejar llevar por la calma. El cine comercial estaba bien y a ambos nos gustaba, pero pocos días se puede ver una película de cine medio independiente como para dejar pasar la oportunidad levando a un artista contigo. Además suelen ser mejores.

Llegamos a casa medio muertos los dos, mañana agradecería el quedarme a dormir en casa de Tom y despertar sin gritos, ¿con crepes otra vez? Probablemente no, pero tampoco me molestaba, de hecho me apetecía hacer yo el desayuno, aunque fuese por agradecimiento dado todo lo que mi amigo estaba haciendo por mí. Sí, mañana yo haría el desayuno… mañana. Y me dormí con la imagen de Tom sonriendo al ver el desayuno ya preparado, eran tan real, tan perfecto y adorable, pero sólo un sueño.



Domingo

Parecía demasiado bonito para ser real, aquel sueño con el que me dormí ayer, pero lo era, ¡vaya si lo era! Porque las películas no son como la realidad, pero a veces podemos convertir en la realidad en un pequeño sueño para nosotros, aunque sea con algo tan tonto como hacer el desayuno a alguien, son los pequeños gestos la magia de la vida, como las pequeñas cosas del cine las que nos hacen creer una cosa u otra. Ahora sólo podía pensar en lo feliz que era por el mero hecho de ver a Tom sonreír por algo tanto simple como un zumo de naranja y unas tostadas era maravilloso, podía hacer feliz a la gente y eso me hacía feliz.

—Sólo son un par de tostadas y un zumo, tampoco tienes porqué poner cara de niño en Disneyland— decía antes de darle un bocado a la tostada que me había terminado de preparar.

—No es eso, Silvia. Hay algo en las personas, en especial en las mujeres, que cuando están felices parecen iluminar la sala, tener algo especial… un brillo, un qué sé yo, pero algo. Y ahora mismo puedo verlo en ti. Espera.

Desde luego yo no le iba a parar si se levantaba de la mesa, aunque me intrigaba qué se le había ocurrido para tener que levantarse, pero debí suponerlo. Cuando volvió me parecía obvio.

—No estarás pensando en dibujarme desayunando, ¿verdad?— Dije mirando el bloc de dibujo, la goma y los lápices con una ceja levantada, tenía un aspecto totalmente horrible y le conocía como para saber que él era de los que representaba la realidad como era, sin adornos ni cosas ocultas, quizás por eso viese el mundo de una forma tan clara. Oh sí, ojalá fuese como Tom.

—Eso es precisamente lo que voy a hacer, pero… de una forma un tanto particular, ya me conoces.

—Al menos desayuna tú antes— suspiré rendida, ¿acaso se podía llevar la contraria a un artista como él? Supuse que no y esperé a que él hubiese desayunado para hacerlo yo mientras me dibujaba, no hablamos demasiado.

Recogí todo pues Tom parecía demasiado centrado en su dibujo como para poder moverse de la silla aunque la casa empezase a arder, eso me trajo un bonito recuerdo, uno que me callaría puesto que era algo que era mejor que nadie excepto yo supiese, aunque quizás algún día se lo dijese, algún día muy lejos de aquel, pero uno al fin y al cabo. Suspiré.

—Tom, ¿acaso no me vas a dejar ver lo que dibujas?— Pregunté con leve molestia pues cada vez que pasaba a su lado tapaba el dibujo, algo que nunca había hecho.

—Verás, anoche tuve una idea, una gran idea, pero… lo malo es que sólo tiene sentido si se ve ya completa y no quiero que sepas nada. Ya sabes, rollo de artista loco.

Por mi cara debió quedar claro que no me hacía especial gracia aquello, pero decirle algo después de todo lo que él había hecho y estaba haciendo por mí no sería muy educado hacia mí amigo ni sería justo pues entendía en parte su deseo de privacidad. De joven, antes de ser la secretaria del jefe de la empresa, solía tener demasiado tiempo libre y trataba de escribir o dibujar, lo que fuese con tal de pasar el rato de una forma amena. Tampoco me gustaba que mirasen lo que hacía, no porque estuviese mal, era mi rato libre y era la más eficiente, simplemente me ponía nerviosa.

Viendo que la mañana de pintura sería larga cogí un cuaderno que Irene había traído entre mis cosas, no sé por qué se la ocurriría cogerlo, pero era el mismo que empecé de joven y usé durante los primeros años en la empresa, aún estaba sin acabar. Me senté en el suelo, con varios cojines, no era una mujer muy normal con mis gustos. Empecé a dejarme llevar. Al principio eran simples garabatos, luego empezaron a coger forma hasta dibujar un rostro bastante decente y después seguí por darle una historia a su rostro, me parecía bastante romántico como idea en general pese a que yo de arte sabía lo justo y gracias a Tom. Por increíble que sonase pasamos el día así, sumidos entre hojas, lápices, rostros, dibujos sin sentido. Yo fingía no darme cuenta de que estaba siendo retratada mientras seguía con alguna historia a medias, era divertido, dos artistas que pese a todo el silencio que reinaba allí en cierto como se estaban comunicando. Casi no recuerdo lo que comimos o si cenamos, por la noche estaba demasiado cansada como para pensar en eso, sólo quería dormir.



Lunes

Aquel día ya no hubo más crepes o tostadas, sólo un café tomado deprisa frente a la mesa. No hablábamos. Sabía que Tom me haría desayunar en condiciones tras el juicio, pero que ahora no me entraría nada más que aquello, o bueno, mejor dicho nada más se mantendría dentro de mi estómago. Ya estábamos los dos arreglados. Me parecía curioso como en un lugar en el que el caos era siempre una constante, en el que todos estaban de los nervios y era más que obvio, vestían como si de ello dependiese sus vidas y eso sería algo que yo jamás iba a entender, pero me limitaba a seguir los consejos que Tom amablemente susurraba mientras entrábamos en el juzgado.

No fue agradable volver a ver a mi marido, se podía respirar el odio y el asco que sentía hacia mí y sólo esperaba que aquello acabase lo antes posible, aceptaría casi cualquier cosa que dijese el juez, yo no tenía demasiados problemas pues sin la carga que era mi marido podría recuperarme económicamente en sólo unos meses, sí a final de año ya sería libre e independiente.

—Bien, tras leer los papeles presentados por los dos implicados y por la forma de divorcio convenida además del hecho de que la señora Silvia Gutiérrez se encuentra trabajando a diferencia de su marido, el señor Víctor de la Calle, y que ésta posee una segunda vivienda su nombre creo que lo más conveniente es que el señor Víctor de la Calle se quede en propiedad con la vivienda principal y el coche, mientras que la señora Silvia Gutiérrez dispondrá de la vivienda a su nombre y de todo lo que posea en ella además de la lista de objetos de su pertenencia que el señor Víctor de la Calle ha admitido que no son suyos.

Las palabras de la jueza me pillaron por sorpresa, no por el hecho de que creyese que merecía más, la verdad es que el reparto era justo y entendía que estando Víctor en paro yo podía sobrevivir sin coche o teniendo comprar uno. Aquello era lo normal. Al escuchar que Víctor había admitido que tenía cosas mías y que ambos sabíamos que no se refería a ropa. Quizás mi ahora ex marido no fuese mal tipo del todo.

—Gracias por hacerlo fácil, Víctor— le dije de forma amable, ahora casi me daba pena pero no podía aguantar más así, dejando el tiempo pasar y él parecía haberlo entendido.

—No era mentira lo de que te quiero, pero sé que he sido un imbécil y… bueno, sólo has pasado un fin de semana sin mí y ya se te ve más feliz, supongo que vale la pena. Si quieres dile a Irene que vaya a recogerlo.

La conversación no duró mucho más, le dejé claro que iba a mudarme a otro sitio, pero tampoco me despedí para siempre de él, se había portado bien conmigo al final. Al final. Suspiré al darme cuenta de aquello en lo que no había caído hasta ahora, era el final de algo aunque no supiese de qué, y aunque luego quedase a veces para tomar una cerveza con Víctor sabía que nada sería igual. ¿Así se sentía la libertad? No tuve tiempo de responder a esa pregunta, cuando me quise dar cuenta Víctor estaba muy lejos y Tom me abrazaba con fuerza hablando de ir a celebrarlo aunque con calma.

La cerveza no sabía diferente tras aquello, ¿por qué debería saber diferente? Otra mentira más de los libros y las películas que había leído. Suspiré. Era extraño, nada había cambiado en cierto modo, pero a la vez todo era diferente.
De aquel día nada más fue importante, me pasé la tarde mirando al techo mientras Tom dibujaba como si no hubiese mañana y mientras yo me preguntaba cosas a las que quizás nunca daría respuesta, no era desconectar, era dejar de ser uno mismo y sumirse en la inmensidad de la mente humana y de la humanidad en sí. Ojalá fuese Tom. Aquella frase que había pasado por mi cabeza tantas veces, pero ¿ojalá fuese qué? Recuerdo haberla pensado en los juzgados, al ver a Víctor, pero por algo no fue igual… Mi mente estaba agotada y ya pensaba cosas sin sentido, ¿no?

La tardé acabó y nos sentamos a cenar sushi en el suelo pues accedí a quedarme en casa de Tom unos días más, estábamos prácticamente en pijama pero no había ganas de nada, ni de vestirse decentemente. Cogía un trozo de maki sin mucho interés y me lo comía mirando a la nada, no esperaba que aquella noche hablásemos, casi no lo habíamos hecho en todo el día y por eso casi me sorprendió escuchar a Tom.

—La exposición es el miércoles y me queda mucho por hacer, así que ¿me dejas abusar de ti un poco y tenerte mañana de musa todo el día? Estoy algo nervioso y me queda bastante por hacer.

—No te preocupes Tom, puedes usarme de musa todo lo que quieras, sé que tu obra será maravillosa, así que no te estreses y céntrate en dibujar.

En parte me gustaba ser su musa, pero no por serlo, por verle dibujar, algo que mañana podría hacer y estaba deseando que el tiempo pasase… aunque significase volver a pensar en por qué me gustaba tanto verlo dibujar. Con una extraña mezcla de placer, nervios y calma me dormí aquella noche, deseando que llegase el día siguiente.



Martes

Las crepes volvieron aquel día, aunque no tan bien preparadas puesto que Tom aprovechó para enseñarme algo más de cocina como había prometido la primera mañana que pasé allí, ¿cuándo fue? El tiempo parecía volar a su lado y eso casi me asustaba, no estaba nada acostumbrada a ello, como cuando pasas de la rutina del trabajo que te cansa, pero ya lo conoces, al cansancio de las vacaciones, de ir de un lado a otros, de sentir demasiadas cosas que al cabo del día sólo te quieren llevar al reino de los sueños. Sí, era aquel maravilloso cansancio y sólo un pensamiento vino a mi cabeza. Ojalá Tom.

Tras desayunar llenos de la harina que como niños nos habíamos tirado pues éramos incapaces de mantener la seriedad, yo me fui a ducha pues mi cabezota amigo se había empeñado en fregar y limpiar él. A veces era odioso, pero endemoniadamente adorable a la vez.

—Bueno, ¿algún plan para hoy?— Pregunté desde la puerta de la cocina mientras me secaba el pelo con una toalla y otra me envolvía, tenía la suficiente confianza con él como para saber que no se fijaba en el cuerpo como el resto de tíos, no al menos la mayor parte del tiempo.

—Tengo que acabar los dibujos así que tienes total libertad, yo te seguiré a todas partes.

—Creo que me dedicaré a ver si me sobra algo de las cajas que me ha traído mi prima.

—De eso te quería hablar, sé que no te costaría encontrar un piso de alquiler, pero hasta que vendas el tuyo… te podrías quedar aquí. No suelo salir mucho y la compañía se agradece, además lo mismo consigues que yo salga más y sería divertido, ¿no crees? No tardarás mucho en vender el tuyo y encontrar otro, pero así al menos no te tienes que preocupar de más cosas.

—La verdad es que la idea me encanta, será un placer, Tom, pero que sepas que acabas de firmar tu sentencia para hacer vida social, que a los dos nos hace falta.

Nos reímos a la vez, aunque era cierto que nos hacía falta la vida social. Cogí una de las cajas de mi habitación dispuesta a seleccionar lo que necesitase y a quedarme allí lo que necesitase, sabía que a Tom no le molestaría.

Empecé a buscar entre las cosas mientras mi amigo dibujaba casi como un loco, pero me parecía una imagen bastante entrañable, al final no se sabía si era él quien me observaba o era yo la que le miraba a él. Porque esa era mi secreto, el mismo que me hizo suspirar la primera vez que le vi dibujar y no, no fue el domingo, fue hace muchos años y jamás lo olvidaría, porque esa misma noche supe que quería a Tom. Que le amaba. ¿Y si nunca hubiese conocido a Víctor? ¿Y si de hecho nunca amé a Víctor sino a Tom pero me estuve engañando a mí misma? Otro suspiro. Quizás algún día diese respuesta a eso, ahora era sólo tiempo de seguir ordenando.

—Tienes un gesto maravilloso, aunque triste… ¿pasa algo? Puedo dejar de dibujar.

Y el suspiró se convirtió en sonrisa.

—No es nada, Tom, sólo… algunos recuerdos.

No dijo mucho más, aquel día se quedó en silencio, pero no uno tenso, un silencio de relajación, de creación, de conocerse a sí mismo, de los que surge sin querer y sólo se puede mantener con los amigos de verdad pues los demás se ponen nerviosos. Era un silencio que no podía haber imaginado mejor, más perfecto, sólo podía ser con él. Un silencio no intencional. 



Miércoles

El día de la exposición había llegado y se notaba con sólo mirar los ojos de Tom, brillaban de una forma especial. Estaba ansioso. No era hasta por la noche y tras dejar el lienzo en el museo, que por cierto yo aún no había visto, tratamos de pasar el resto del día como bien pudimos. Por la mañana me terminé de instalar, era sorprendente las pocas pertenencias que tenía, me sobraba espacio en mi habitación, algo que nunca creí ver porque con Víctor todo era poco espacio para sus cosas, pero aquello ya era cosa del pasado. Estábamos agotados para la hora de comer, tanto que tras eso vimos una película y nos quedamos dormidos.

—Despierta Silvia, se nos va a hacer tarde a este paso.

La voz de mi amigo me despertó aunque no de forma muy desagradable, la verdad. Me desentumecí y tardé un poco en darme cuenta de que me había quedado dormida justo sobre él, sería incómodo de ser otro, pero con él nada parecía ser malo.

—Antes de caer dormido pensé que quizás te gustaría de compras, aunque sólo sea para estrenar un vestido esta noche, y no acepto un no por respuesta.

Ante aquella propuesta, que más bien era una orden, no podía hacer nada más que asentir y levantarme para ponerme algo más decente. Fuimos a un centro comercial cercano al museo, en caso de quedarnos sin tiempo siempre podíamos dejar las bolsas con nuestra ropa de calle en recepción y entrar corriendo, porque Tom no era el típico tío que odiaba los centros comerciales, pero no, tampoco era gay. Él encontró pronto un traje, de corte algo casual y se negó a llevar corbata o pajarita, se sentía ahogado. Encontrar mi vestido fue más difícil. El modelo que me sentaba bien no era del color que quería y viceversa, no al menos aquellos que tenían un precio razonable.

Entonces me quedé sola un segundo, algo que no recordaba que pasase desde hacía mucho, pero no me asusté, sería fácil que hubiese ido a ver cualquier cosa cansado de verme dar vueltas sin sentido un busca de un vestido decente, yo también me hubiese ido a estirar las piernas, pero lo que no me esperé fue cómo volvió.

—No digas ni una palabra. Vas a coger la bolsa, te vas a meter al vestidor y te vas a poner lo que hay dentro, complementos incluidos.

Cualquiera le decía que no, pero cuando tras ponerme el vestido que ya parecía caro de por sí, vi que no sólo había unos zapatos sino también una collar me quedé realmente sorprendida. Aquello debía costar bastante. No me abrumaba el hecho del precio, sino el hecho de recibir un regalo, ¿hacía cuánto que no tenía uno? Casi me eché a llorar, pero sabía que Tom se hubiese molestado y que quería ver cómo me sentaba el vestido verde palabra de honor y de corte simple con aquel collar con pequeñas piedras verdes. Salí y su rostro lo dijo todo.

—Ni siquiera te cambies de nuevo, estás perfecta, hasta tu pelo parece haber encontrado la pose perfecta.

—Exageras.

No me dejó decir nada más, gentilmente me puso un dedo en los labios y se fue a cambiar también allí mismo, nosotros teníamos que estar antes y ya íbamos a llegar tarde.

—Tommy, ¿cuándo podré ver esa obra tuya? Me llevas ocultando cada dibujo desde que empezaste.

Pero no respondió más que como una risa, de nuevo sentía que yo me estaba perdiendo algo. Tampoco me molestaba mucho. Pasamos bastante tiempo dando vueltas por el museo, él me explicó cada obra de arte, menos la suya, antes de que aquello empezase, así no me perdería en las conversaciones puesto que supuse que no podría pasar la noche junto a él y menos si iba a exponer por primera vez, mucha gente querría hablar con él. De hecho hubo un rato antes de empezar en el que ya desapareció, un rato un tanto largo.

Había pasado ya bastante tiempo desde que había comenzado la gala de la nueva exposición y no parecía que nadie más fuese a llegar. Eso era bueno. Faltaba cada vez menos para ver la obra de Tom que pese a ser un solo lienzo debía admitir que era como una pared de alto, una pared enorme y aquello hacía que quisiese verlo aún más, saber cuántas cosas había ahí. Siendo de ese tamaño no creía que sólo estuviese yo, sino otros muchos trabajos suyos, probablemente algunos de ellos serían de la época en la que nos conocimos… Empecé a entender su risa, sí había visto parte de la obra y algo me empezaba a extrañar.

El momento llegó más rápido de lo esperado, sin darme tiempo a pensar, a similar que ahí podría haber de todo, todo tipo de dibujos. Le anunciaron con cariño, no con pompa como al resto de artistas y aquello me hizo relajarme un poco, no por eso, no, sino porque él estaba tranquilo. Ojalá Tom. Su calma al hablar de la obra era maravillosa y casi todos podían imaginar cómo era su tiempo dibujando.

—Gracias, es un honor que el museo que tanto quiero me dé esta oportunidad, la oportunidad de exponer una obra, aunque… debo admitir que en verdad es un conjunto de mismas montado con una idea. Una idea que empezó hace mucho y acabó hace sólo un rato, antes de que todos ustedes llegasen puesto que… bueno, será mejor que lo vean.

Por un segundo me sentí el mismo Sol, centro del Sistema Solar y ardiendo. El lienzo estaba totalmente lleno de dibujos de mí, eran preciosos todos, aunque tenían un juego de luces extraño, no era normal en una obra de Tom aunque sí en el arte moderno. Me acerqué un poco, la gente se movía en grupos y por turnos, pero entonces me di cuenta del por qué de las palabras de Tom, el último dibujo lo había hecho allí mismo… parecía una princesa con ese vestido, el collar y casi me echo a llorar.

—Bien, si hacen el favor ahora de mirar a la pared opuesta y esperar a que se apaguen las luces. Podrán ver la obra en sí, porque esto que ven, las ilustraciones, son sólo el soporte, lo que mantiene la idea, como las musas mantienen a los artistas al darles la inspiración que necesitan. Sé que muchos me lo han preguntado y ahora puedo anunciar el título de esta obra que ha costado encontrar bastante, pero al fin lo tengo: Musa.


Entonces si lloré, porque entendí todo el misterio, todo el juego de sombras, todas las miradas, todos los silencios, entendí a Tom, el arte, a mí misma o quizás era sólo felicidad, pura felicidad. La luz puesta detrás de los dibujos proyectaba un mensaje que se podía leer con claridad y sólo yo entendía. Tom debió trabajar a toda prisa para acabar aquello a tiempo.

“Musa de mis sentidos. Se reirían los griegos de ver las locuras que podría escribir así para demostrarte lo que siento, pero sé que no te gustan musa mía y que te corazón ya no tiene aliento para eso. Aquí es donde se te ve como te veo. Lo bueno y lo malo, lo peor y lo mejor. Estudiante, cocinera, profesional… princesa. Todo lo que has sido y aún puedes ser. Mi mano tocas y a arte me elevas. Gracias. Musa mía, quédate por siempre conmigo”

No necesitaba girarme para saber que él estaba a mi lado, para saber que no hablaba a la nada, pero sólo una palabra acudió a mí.

—Tom.

No hay comentarios:

Publicar un comentario