sábado, 1 de octubre de 2016

Me habré ido

Cuando algo de esto importe, posiblemente el camino habrá llegado al final, no quedará nada por descubrir, todo estará muerto. Un espacio vacío, sin vida, sin interés, una inmensa nada que nadie quiere recorrer. Cuando era valioso y estaba lleno de vida cautivaba, atraía la atención como el fuego, invitaba a acercarse por peligroso que fuese. Todos deseaban un pedacito, algunos conquistarlo, descubrirlo al completo, conocerlo como si fuese suyo, capturarlo para que no se fuese y así poder estudiarlo con toda comodidad, encerrado, preso... Una posesión que era bonita por ser un misterio. La abrieron sin dudar, empezaron a explorar, al principio incluso accedía, era divertido, disfrutaba de ver las reacciones de sus investigadores, se divertía con sus errores, amaba cuando sus miradas se iluminaban al entender algo. Con el tiempo parecieron perder algo el interés, había cosas más importantes, ahora la investigación dolía, no era importante, no la cuidaban y se empezó a marchitar, lentamente. Los colores cambiaron, ya no había esperanza, ni luz, ni vida.

Polvo, al final todo se redujo a eso, un polvo que ya no importaba, no tenía nada de especial, la magia se había ido, no quedaba nada que investigar. Y entonces lo lamentaron. Había matado el espíritu de aquello que había alumbrado el suyo, como si fuese algo que no importaba, porque había otras cosas y parecía que jamás desaparecería, estaba encerrado, no se podía ir, no se preocuparon. Tampoco el dolor duró mucho, otra cosa apareció para que el ciclo se volviese a repetir, jamás aprenderían, dejarían polvo por donde pisasen, construirían para quemarlo y destruir. Lo elevarían y apreciarían para dejarlo caer hasta romperlo y que nunca más se levantase. Lo empujarían, hasta que se fuese.

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